Al bajar cada día desde su casa -en las afueras de Madrid- hasta la universidad, el periodista y traductor Íñigo Javaloyes contemplaba la silueta de un águila imperial sobre una torre de alta tensión en el monte del Pardo, a escasos diez kilómetros de la capital. A partir de esta visión reiterada, y de su amor por la cetrería y la observación de la naturaleza, empezó a fraguarse esta novela,
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